POR QUÉ LA TECNOLOGÍA NO SERÁ LA
SOLUCIÓN
El
imberbe oligarca del capitalismo digital, Sam Altman, acaba de declarar: “¿Dios
existe? Hay algo que la física no puede explicar y la IA lo va a resolver”.
No me sorprendió, dada la fuente. Pero jamás había escuchado una sandez de
semejantes proporciones. A eso hemos llegado: a creer, a pie juntillas, que la
tecnología resolverá todos los problemas existentes y por venir. Es el más puro
ilusionismo tecnológico, que silenciosamente se ha venido instalando en nuestra
cultura.
No. La
tecnología no nos va a resolver todos los problemas. Por supuesto que nos
ayudará a resolver una infinidad maravillosa e incalculable de ellos. Pero dos
asuntos debemos tener claros:
1.    No todos los problemas son sujetos de una
solución de tipo tecnológico. Y no lo son, por la sencilla razón de que su
naturaleza no es instrumental sino ética, axiológica u ontológica; pertenecen a
la noósfera (en el sentido teilhardiano).
2.    La tecnología puede llegar a crearnos más
problemas de los que nos resuelva. Por otra sencilla razón: porque la
tecnología no es neutral y su efectividad (eficacia y eficiencia) dependerá
siempre de quién la gobierna. El ejemplo más clásico es la energía nuclear: nos
condujo, tanto a la construcción de centrales y terapias nucleares, como a la
construcción y uso de las armas nucleares. ¿Paz o guerra? Quienes gobiernan la
tecnología lo han decidido y lo seguirán haciendo.
Puedo
ofrecer innumerables argumentos empíricos para evidenciar estas simples
afirmaciones que el ilusionismo tecnológico nos oculta esmeradamente. Me
limitaré, por razones de espacio, a cinco argumentos.
Argumento 1:
La tecnología de control de tráfico (cámaras, radares…). La más simple. Efectivamente
nos penaliza diversas conductas: exceder la velocidad permitida, no usar el
cinturón de seguridad, circular en días y horarios restringidos, etc. Pero,
frente a esta tecnología, cada conductor tiene también a su disposición
sencillas aplicaciones (gracias a la misma tecnología) que le advierten anticipadamente la presencia de tales
controles de circulación. Y, frente a ello, desarrolla dos tipos de mirada y
conducta:
a)    La del conductor responsable, que verá en
dichas advertencias un oportuno y útil recordatorio periódico sobre las
condiciones de conducción seguras y, en tal sentido, se ajustará a ellas en la
totalidad de sus recorridos.
b)    La del conductor irresponsable
(definición: irresponsable es un estúpido cuya nula capacidad de pensamiento le hace creerse inteligente), que
adecuará su conducción a condiciones seguras solo cuando escucha la
advertencia y por una motivación meramente utilitarista: evitar una multa. En el
resto del recorrido, conducirá fuera de toda norma sin preocuparse.
Argumento 2: 
La edición genética.  Ya
está aquí, de la mano de la tecnología CRISPR-Cas9. Y llegó con promesas de
todo tipo: desde curar todo tipo de enfermedades congénitas o potenciales,
antes aún de que se desarrollen (desde el vientre materno, incluso), hasta diseñar organismos vivos según
requerimientos. Sin lugar a dudas, un horizonte de fantasía, que nos pone a
soñar con el alargamiento de la vida saludable hasta horizontes impensables
antes. Ya, con razón, los transhumanistas empiezan a hablar del advenimiento de
la inmortalidad. Y dos miradas empiezan a perfilarse:
a)    La que yo denominaría mirada
profiláctica, es decir, aquella movida y enfocada en el objetivo de preservar
de la enfermedad o, lo que es lo mismo pero mejor, de promover la salud de los organismos
vivos.
b)    Y la que denomino mirada frankesteiniana,
es decir, aquella movida y enfocada en el objetivo de mejorar desmedidamente al
ser humano, sobrepasando todo límite de responsabilidad científica, en un
ejercicio de ambición abiertamente desmedida.
Argumento 3:
El metaverso. Desarrollado a partir de las tecnologías
de realidad aumentada (AR) y la realidad (VR), es esa especie de mundo paralelo
en el que se nos invitará a instalarnos, a falta de otro planeta mejor en el
cual vivir (este ya casi logramos destruirlo). Cuando su realidad se haya asentado en la vida cuotidiana de
millones de ciudadanos, veremos con seguridad dos visiones bien diferentes al
respecto:
a)    De un lado, ejércitos de adictos,
desconectados de la realidad y de las relaciones personales; quizás los mismos
ejércitos de las actuales redes sociales que ya no interactuarán horas y horas
con ellas, sino que se internarán inmersivamente en sus laberintos. Tendrán
mascotas virtuales, se enamorarán de uno u otro avatar, harán el amor y elaborarán sus duelos en
realidad aumentada. Algo así como los zombies de la era digital.
b)    De otro lado, miles de personas para
quienes el metaverso será solo un laboratorio más, para modelar experimentos,
extraer datos, intercambiar información, consolidar transacciones... Pero solo
eso, una poderosa herramienta más, para usos específicos. En estos pocos miles
de seres humanos, primará la sensatez de una vida real, con sentido y libertad.
Argumento 4:
La Inteligencia de las Cosas (IoT). Ya empezamos a vernos rodeados de cosas "inteligentes" que, además de realizar tareas específicas de manera semiautónoma,
aprendiendo a mejorarlas cada vez, se comunican entre sí y con nosotros.
Pronto, nuestra oficina y nuestro hogar nos recibirán, al entrar en ellos, con
un soberbio parloteo, que continuará a través de nuestro "celular”, cuando
salgamos nuevamente de ellos. Se habrá completado así, quizás, el proceso de
deslocalización total de la vida. Frente a este panorama asombroso, tendremos
igualmente dos versiones de cultura:
a)    La del dolce far niente, en su
máxima refinación imaginable: una segunda ola de la sociedad de consumo, que
nos rodeará de más y más abalorios “inteligentes” con el único propósito de que
nos releven de infinidad de tareas, que encontramos fatigantes. Caeremos así en
la total inactividad, para dedicarnos a buenas playas, desenfrenados jolgorios,
largos viajes… Habremos confundido ocio con diversión y habremos entrado en la
sociedad del hartazgo. Será la tendencia mayoritaria.
b)    La del ocio creativo: aquellas cosas en
las que seguramente pensaba Wilde, cuando escribió La importancia de no
hacer nada. Quizás el retorno a lo que nos hace verdaderamente humanos: la
noble tarea del pensar, desplegada en infinidad de iniciativas, para las que
antes quizás solo unos pocos tenían tiempo disponible. Dejaremos así atrás esa
“época en la que las gentes son tan laboriosas que se han vuelto rematadamente
estúpidas” (Wilde, op. cit.). Cuando ello ocurra, podremos recuperar más
fácilmente el sentido del hacer, la sacralidad de lo cuotidiano y será la
sociedad de la creatividad plena, una “era de luz y libertad” la llaman Arbib y
Seba.
Argumento 5:
Los agentes de IA. Los nuevos “ciudadanos”. Esas complicadas infraestructuras de software y hardware, capaces de realizar autónomamente
tareas complejas sin supervisión humana. Algo así como Diella, la nueva
ministra argelina, una IA agéntica, que ha sido puesta como la responsable de
toda la contratación pública del país, en una curiosa apuesta anticorrupción
del gobernante partido socialista. Aparte de dilemas ya planteados en las 4
tecnologías ya reseñadas, tendremos igualmente dos visiones:
a)    La tecnooptimista o tecnoilusa, tan de
moda actualmente: asumir que todos los problemas, incluida la corrupción (caso
Argelia), los resolveremos con agentes de IA y demás tecnologías, en la arcadia
del metaverso.
b)    La visión tecnopragmática, tan escasa
hoy: entender que problemas como la corrupción no se resuelven con tecnología,
sino con gobernanza. Que la tecnología, por prometedora que sea, y actualmente
lo es en grado sumo, solo será un medio, al servicio de unos fines que solo el
ser humano puede definir y gobernar.
En conclusión:
Agreguemos antes que todas las anteriores tecnologías se potenciarán ad infinitum, no solo por
el desarrollo natural sino por el advenimiento de la computación cuántica, a la
vuelta de una o dos décadas.
Pero,
por encima de cualquier consideración, pretender humanizar la tecnología seguirá
siendo tan estúpido como la socorrida costumbre de humanizar nuestras mascotas.
No. La tecnología pertenece al mundo de las cosas. Es y será tarea de los seres
humanos hacer de ella un manejo humano, es decir, con sentido, al servicio de
fines nobles, en función del bien común. Y esta tarea es y será indelegable. El problema es que estos propósitos no
serán posibles con personas “rematadamente estúpidas”, como las llamara Wilde.
Y, a juzgar por las palabras del señor Altman al inicio, es el tipo de personas
que tenemos al frente de la gobernanza global de la tecnología.
Ramiro Restrepo González
Septiembre de 2025